28 de abril de 2009

La Llorona.


Ella sabía que si no era por si misma, al menos por sus tres hijos debía poner fin a las acometidas de violencia que les atizaba su marido, noche tras noche, desde hacía varios años, cuando el alcohol desataba al monstruo que vivía agazapado en un rincón oscuro de su alma; por eso, cuando un día no volvió después del trabajo, ella no se preocupó, al contrario, respiró. Pasaron los meses y seguía sin aparecer, esa rutina de calma y tranquilidad emocional le sentó bien a los cuatro. Pero ya sabemos, los cuentos de hadas no existen y en el ocaso del otoño, a la olvidada hora de siempre, la puerta se abrió de un golpe y un olor de alcohol rancio y tabaco viejo percutió las fosas nasales de la pobre mujer, que sabiendo lo que le esperaba blandió el cuchillo con sus dos manos y al girar, solo pudo sentir como el tabique de la nariz estallaba, mientras caía desvanecida, no tuvo tiempo de gritarle a los tres niños que jugaban en la habitación que huyeran, que corrieran tan rápido como pudieran hasta la pequeña estación de policía que se encontraba a tan solo unas cuadras en línea recta desde su jardín, no pudo y la cabeza le rebotó contra el suelo de madera, el cuchillo se escapo quedando a un lado, ya estaba inconsciente.

La luz del sol de la tarde comenzó a penetrar por las rendijas de la ventana del comedor, como cada día a esa hora y se filtraba por debajo de la mesa de la cocina iluminando el rostro de la mujer a quien la sangre se le había comenzado a secar, con dificultad fue abriendo los ojos, la cabeza le martilleaba y la nariz le latía y punzaba, el sabor ocre de la sangre bajando por la garganta fue lo que la sacudió del suelo y le hizo comprender que estaba todo muy calmo, sus hijos no gritaban ni lloraban a causa de la paliza, ¡¡¿Dónde están mis hijos?!! bramó como una leona herida, recogió el cuchillo y con un gesto de ira y dolor, abandonó su posición y saltó a las habitaciones gritando, aullando como si en eso se le fuera la vida ¡¿Dónde están mis hijos??!
Tras poner la denuncia por el secuestro, se organizaron barridas por todo el pueblo, por los campos de los alrededores, drenaron el lago, extendieron la búsqueda a los pueblos vecinos, nada, no hallaron nada. Tres semanas después la policía abandonaba la búsqueda, ella sintió que ardía un fuego en su interior, mezcla de dolor, de rabia, no podía renunciar, debía seguir y siguió, día y noche, siguió buscando mientras repetía sin parar de llorar… ¡¡¿¿Dónde están mis hijos!!?? Cuatro meses después, una vecina que no le había visto desde hacía unos días, salió a buscarla por donde solía andar y la halló muerta, tendida sobre la hierba, el pelo tan blanco y el semblante de tristeza  de aquella madre estremeció a aquella mujer.
Cuentan en el pueblo, que aún hoy, en las noches más frías del invierno, se puede oír, por las calles del lugar, como acompasada por el silbido del viento, la letanía de aquella mujer, gritando… ¡¡¿¿Dónde están mis hijos??!!

3 comentarios:

  1. pensar no mata, pero como jode..... Jajaja, muy bueno el nombre del blog, y buen contenido tambien damian. Desde capital, la tierra de piazzola y la plaza de los kilombos te mando un abrazo hasta canarias.

    Tengo un primo por alla, mozo de un bar, llamdo agapito. Hijo de gallegos como yo.

    Un abrazo desde el otro lado del mar.
    juank

    ResponderEliminar
  2. Buenas historias, me gusto mucho la mujer del cementerio.., y al final que paso con los hijos?

    ResponderEliminar
  3. me da miedo esso a mi

    ResponderEliminar

Escribe tu comentario aquí, gracias.