Todo el mundo sabe
distinguirse entre los vivos,
menos yo,
que aprendí a observarme
en cementerios de cristal.
Sé,
que no es lo mismo muerto
que dormido,
que no debo entrar en la
espiral
de querer ser algo más
allá
de mi realidad
o mi posibilidad de sangrar.
Sangro
y sueño ser un río
surcando el recuerdo de
aquel mar
que me cobijará al llegar
a la inmensidad de su
caudal
de sangre derramada
y sin mirar
me recibirá
como quien recibe a su
propio hijo.
Entiendo,
que no es lógico darse por
vencido
aunque mis venas, cabalguen
hacía precipicios
perforadas por dagas de
metal
de apenas un milímetro.
La sabiduría de volar
con alas de fuego
y tempestad de soledad
he de probar
cuando todos se hayan ido
y mi mente comience a
contemplar
que al fin estoy
solo
frente a mi propio
destino.
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